UNIDAD NACIONAL Y CULTURA EN MÉXICO
La cultura representa una parte importante en la visión ideológica de una sociedad. Desde el triunfo de la Revolución de 1910 y, particularmente a partir de 1940, el Estado ha hecho de nuestras formas de expresión cultural un instrumento eficaz, aunque, contradictorio para el logro de la ”Unidad Nacional”. Dicha política unificadora, es encaminada a contribuir con el progreso económico y la estabilidad política. La Unidad Nacional es la agilización de las divergencias políticas e ideológicas de los diferentes grupos que integran la sociedad mexicana, a través de la consolidación de un Estado fuerte y conciliador de intereses que ha evitado mediante mil formas que la paz y la armonía alcanzada en la modernización industrial, se vea perturbado. Con este contexto, la cultura se fue convirtiendo en un factor legitimador y conciliador que impidiendo cualquier examen crítico de la tradición o de la modernización, atenúa o desaparece todos aquellos elementos que eviten la consolidación de la ideología del aparato estatal.
Esto quiere decir que el sistema político mexicano ha “modelado” y “acomodado” a sus propios intereses -sin muchos prejuicios- interpretaciones ideológicas, artísticas y culturales radicalmente encontradas.
“En este tipo de cultura intervienen, en forma casi desprovista de preocupaciones jerárquicas, las interpretaciones y traslaciones intelectuales y artísticas del sistema actual de poder y su origen armado; la ideología educativa; el panorama de la historia oficial; el modo de vida fundado en la consolidación y el equilibrio ideológico; el patrocinio moderado y caótico de las artes; el exceso pétreo y marmóreo de un arte oficial que consagra y magnifica al Estado”.7
Aunque cabría señalar que todo ello desemboca en un nacionalismo cultural (que debe cohesionar la colectividad) exento de elementos organizativos y sistematizados contra la penetración de lo externo superficial y consumista: cultural neocolonial y, ubicación crítica de la alta cultura. Esto último ha sido en gran medida, el resultado de la dominación imperialista, particularmente estadounidense adoptada por nuestro pueblo de manera masiva e irracional a través de los diferentes medios de comunicación. Por ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial, la administración de Ávila Camacho (1940-1946) propicia a través de los medios de comunicación, una verdadera ola de opinión contra el protestantismo y comunismo.
La afluencia de capitales extranjeros propiciada por los funcionarios alemanistas (1946-1952) no sólo generó la desnacionalización económica, sino también la desnacionalización ideológica revolucionaria. Los intelectuales son gobiernistas, para ellos la cultura se construye en la estabilidad. Por eso, la crítica realizada por el economista Jesús Silva Herzog y el historiador Daniel Cosió Villegas acerca del aburguesamiento de la Revolución Mexicana fue causa de importantes polémicas. La cultura y el arte nacional tendrían que adecuarse a la cultura colonialista occidental. Se consideraba de mal gusto referirse a la lucha de clases, sólo se permite dicha referencia si ésta se hace en tono mítico o demagógico. En el gobierno de Ruíz Cortines (1952-1958) el desafío nacionalista sin referentes internos lleva al movimiento intelectual clasemediero, hacia la consolidación de que el muralismo (la mejor manifestación del nacionalismo cultural) se había institucionalizado, y a buscar en el exterior los elementos pertinentes para la internacionalización. En los cincuenta se va instalando masivamente y en medio de una aparente tranquilidad, una nueva identidad que prescinde de lo “sui generis”, de la tradición cultural. La idea de lo “mexicano” va siendo desplazada por la ida de ser ”moderno” y “contemporáneo” al resto de la humanidad. Según señala Carlos Monsiváis, este desarraigo “se configura a través de instancias diversas”.
Bajo la administración de López Mateos (1938-1964), el proceso de asimilación del ”american way of live” que había imperado en la práctica, logra institucionalizarse. Entre 1959 y 1968, los grupos culturales no quieren saber nada de revolución, del análisis de la tradición, más aún, lo que buscan es la ruptura con aquellos para integrarse a la modernidad social, cultural y sexual. Tampoco es de su interés la modernidad política. Sólo unos cuantos resienten la brutal represión hacia los ferrocarrileros durante el año de 1959. Para ellos, la ciudad es la cultura y la provincia -que es un elemento decorativo- se subsume románticamente a la ciudad. En la nueva cosmovisión tecnificada de la burguesía, el psicoanálisis desplaza, parcialmente a la religión. A través del cine se esparce la idea reverencial de la cultura, del intelectual y del artista
En los sesentas la cultura se convierte en una de las técnicas más idóneas para alcanzar el proyecto de modernidad, la otra, era la idea de vivir el instante a ritmo de rock, de los Beatles o de los Doors. Se fue creando en México lo que podría ser llamado un desarrollismo cultural, donde los contextos nacionales no tendrían mayor influencia. La máxima aspiración seria la universalidad. Además, por influencia de la Revolución Cubana y de escritores como Jorge Luis Borges proponen formas diferentes de política cultural donde se da una mezcla de tradición y de ruptura, de literatura y realidad, es decir de compromiso y utopía. Aunque en medio de un clima de intranquilidad, provocado por el gobierno contra el movimiento magisterial (1938), ferrocarrilero (1958). campesino (1962), de los médicos (1965), movimiento de liberación, o, contra las manifestaciones a favor de la Revolución Cubana, o, por la intervención de los Estados Unidos en Viet Nam, y el movimiento estudiantil (1968), se fue fortaleciendo en un sector de la intelectualidad mexicana, la tradición de la investigación crítica, como en la obra de Pablo González Casanova “La Democracia en México” o en la obra de Gastón García Cantú, “Utopías Mexicanas”.
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