La sensibilidad plástica ha sido una constante en nuestra cultura. Sin embargo, sólo a partir del nacionalismo generado después de la Revolución y mediante el muralismo, pudo ser posible el arte mexicano con prestigio internacional. Gente joven que ha viajado a las grandes ciudades de Europa, ha asimilado estilos de vida, influencias artísticas, intelectuales e ideológicas. En el campo de la pintura el movimiento muralista se convirtió en la experiencia más interesante. Los tres grandes del Muralismo fueron: José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera.
De este modo, el muralismo se fue convirtiendo en uno de los pilares de la cultura nacional proclamando una pintura que llegara a la conciencia del pueblo; los artistas proponían un nuevo lenguaje que les permitiera expresar el momento que se estaba viviendo. Pero, en 1950 Octavio Paz exaltaba la obra de Rufino Tamayo, por salirse del dogmatismo de los muralistas; y en 1956 surgió en nuestro país, el arte abstracto, tan rechazado por la corriente intelectual que se apegaba al realismo nacionalista por considerarlo producto de la invasión cultural yanqui. Pero la verdad era que la cultura estadounidense se mezclaba con la nacional. El golpe final al muralismo se dio con la generación de la “ruptura” (1957-1962), las inquietudes de jóvenes pintores se plasmaron en sus obras, con artistas como: Vlady, José Luis Cuevas, Vicente Rojo, Manuel Felguerez, García Ponce, Alberto Gironella, Francisco Corzas, Francisco Toledo, entre otros.
La escultura no tuvo el mismo auge que la pintura; representaba un gran costo la compra de materiales requeridos para la creación de este tipo de obras, pues se vivían las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, como la crisis económica internacional. La escultura tuvo pocos representantes, pero destacan, sobre todo en la talla en madera: Mardonio Magaña, Fidias Escobedo, Guillermo Ruíz, Ignacio Asunsolo, Germán Cueto y Ortiz Monasterio.
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