Entre 1940 y 1970, esto es, durante los gobiernos de Manuel Ávila Camacho (1940-1946), Miguel Alemán Valdés (1946-1952), Adolfo Ruíz Cortines (1952-1958), Adolfo López Mateos (1958-1964) y Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970), se planteó para México la necesidad de una modernización económica, social y política a través de la recomposición de la política nacional de sus relaciones con el exterior mediante diversos procesos que dieran impulso a la modernización industrial con una estrategia conocida como “sustitución de importaciones” que encontró sus bases políticas y sociales en el Cardenismo.
Se necesitó de una política moderna encaminada a regular las graves tensiones sociales y políticas entre los sectores partícipes en el proceso revolucionario de 1910, que se agudizaron a fines del periodo cardenista. Asimismo, se resolvió el conflicto con Estados Unidos y otras potencias a raíz de la expropiación petrolera, en pro de una política nacional adecuada a la situación económica internacional provocada por la guerra.
La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y la Guerra de Corea (1950-1953) fueron factores decisivos para la situación económica de nuestro país, dado que el mercado europeo redefiniría el comercio internacional al incrementar las transacciones comerciales de México con Estados Unidos, hasta convertirlas en una relación subordinada, lo que propició dos situaciones acordes a la política de modernización económica propuesta por el Estado mexicano:
- La reactivación y captación de una cantidad considerable de divisas por el incremento de exportaciones.
- La llegada de capital extranjero.
Para entender la necesidad de una recomposición en la política nacional y sus relaciones con el exterior, es necesario explicar la importancia que jugó la “Unidad Nacional” como parte del ideario político que el gobierno de Manuel Ávila Camacho (1940-1946) utilizó como bandera preelectoral, y cuyo objetivo fue encaminado a restablecer la “armonía” en la pugna interna del partido oficial revolucionario (PRM) promovido en el periodo cardenista. Este hecho, aunado al de la Segunda Guerra Mundial, permitió al Estado mexicano crear una política de conciliación nacional, para decidir cómo enfrentar la guerra. Además, el Estado encontró la cobertura favorable para conciliar los intereses políticos, sociales y económicos de los diversos sectores. La lucha de clases estaba ligada con el Estado, las diferencias entre capital y trabajo podían solucionarse sin perturban el clima de estabilidad política y social.
Esta coyontura permitió introducir una serie de reformas de carácter legal (la huelga y su calificación, así como el delito de disolución social y la suspensión de garantías individuales) para impedir la agudización de las contradicciones sociales. Las dificultades derivadas del conflicto de 1910 habían sido superadas. México pudo resolver las dificultades internas y estaba apto para lanzar su política hacia el exterior, paralelamente al proceso de modernización, lo que en otras palabras significaba introducirse en la nueva cultura política y en los trazos del poder de una revolución en camino de institucionalizarse.
Con el arribo de Miguel Alemán Valdés a la presidencia, se refuerzan las tendencias para el impulso a la modernización del país y se abandonan definitivamente los proyectos cardenistas. El desarrollo del sector agroexportador (sustentado en la apertura de mercados internacionales a consecuencia de la Segunda Guerra Mundial y la de Corea) y la inversión extranjera se convirtieron en soportes fundamentales de la industria; el Partido de la Revolución Mexicana (PRM) se transformó en 1946 en el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y las organizaciones obreras y campesinas como la Central de Trabajadores Mexicanos (CTM) y la Central Nacional Campesina (CNC) dejaron de representar los intereses de sus agremiados y ejercieron un profundo control sobre ellos. Estas circunstancias, aunadas a los efectos negativos que trajo consigo el fin de la guerra, llevaron a campesinos y obreros a intentar reorganizarse en sindicatos separados del control estatal, aunque fueron combatidos por el gobierno.
Aunque la guerra de Corea reactivó por algún tiempo las exportaciones mexicanas, cuando ésta concluyó, se presentó una crisis económica que se tradujo en una espiral inflacionaria y en la caída del valor del peso mexicano frente al dólar (durante el año de 1954) que se trataría de resolver durante los gobiernos de Adolfo Ruíz Cortines, Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz, mediante una política económica llamada: “Desarrollo Estabilizador”.
Como esta estrategia económica, restringía el gasto público en las áreas de bienestar social y en la agricultura de subsistencia y además disminuía las demandas salariales en beneficio de la industrialización, dicha política económica se fue haciendo antipopular. Por ello, surgieron incontables brotes de descontento entre diferentes sectores de la sociedad, como: el Movimiento Campesino de los años cincuenta en Morelos, comandado por Rubén Jaramillo por la recuperación de la tierra; el Sindical, destacando de manera particular el Ferrocarrilero por la democratización de sus sindicatos, mejores salarios y contra la represión, entre otras demandas. Sus más conocidos dirigentes fueron Demetrio Vallejo y Valentín Campa.
En el sector educativo observamos como el Movimiento Magisterial de Othón Salazar ocurrido entre 1958 y 1959 enarbola peticiones similares a las propuestas por los trabajadores urbanos, los estudiantes del Instituto Politécnico Nacional (IPN) durante 1956 realizaron una larga huelga por la democratización de la institución, en 1958 los estudiantes de la Universidad protestan por el alza de los precios en el transporte y en 1965, luchan por el ingreso automático de la preparatoria a la universidad.
También los trabajadores de aviación y de salud pública se integraron a la lucha por su derecho a la sindicalización y mejores condiciones de trabajo. Finalmente el clima de intranquilidad provocado por la crisis del modelo desarrollista representado en su momento por Gustavo Díaz Ordaz, así como la falta de disposición para resolver los problemas sociales, y la represión ejercida sobre cualquier manifestación llevaron a los estudiantes de nivel medio superior y superior a realizar el Movimiento Estudiantil del 68, el cual se convertiría en la expresión más acabada de las luchas sociales y el parte aguas de la historia del México Moderno.
En el marco de la cultura, el periodo comprendido entre 1934 y 1946,constituyó la fase de transición entre el gobierno militar al civil, con una nueva concepción del poder: la meta era consolidar elementos ideológicos y culturales para este nuevo proyecto de modernización; por eso, el impulso de la cultura fue otro elemento importante dentro del plan político.
El gobierno impulsó un arte nacionalista y moderno, una educación acorde con la industrialización y una ideología propicia para el desenvolvimiento del capital nacional y extranjero ampliamente difundida por los medios masivos de comunicación.
Así, el México moderno plantearía la imagen de la diversidad, de la incongruencia y del desequilibrio. La belleza y la injusticia fueron las dos caras de la moneda: lo moderno frente al atraso, lo rural frente a lo urbano. A lo melancólico del campo con sus festividades religiosas como las de “Semana Santa” o “Día de Muertos” se enfrentó la velocidad del automóvil, del avión y el ritmo vertiginoso de la ciudad con sus grandes edificios, carreteras, industrias, sus medios masivos de comunicación (periodismo, cine, radio y televisión), o bien, con sus eventos sociales, con sus carpas y teatros, y con música de tríos, ranchera, mambo y rock.
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