EL BLOQUE SOCIALISTA
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas era la única nación socialista. Entre 1944 y 1949, Albania, Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría, Polonia, Rumania y Yugoslavia en Europa oriental, así como Corea del Norte, Viet Nam del Norte y China Popular en Asia se integraron a la órbita de aquella nación y formaron con ella un bloque poderoso que abarcaba la tercera parte del mundo.
Como los países de Europa oriental quedaron destrozados por la guerra, fue necesaria la intervención de la Unión Soviética para reconstruirlos económicamente, mediante el Plan Molotov, que llevaba el nombre del ministro de Relaciones Exteriores. La lucha contra los alemanes y las clases dominantes que estaban aliadas a los fascistas la dirigieron en buena parte los comunistas con gran éxito. Estas circunstancias y el apoyo de las fuerzas soviéticas facilitaron el establecimiento del socialismo en aquella parte de Europa; desde ese momento, dichos países tuvieron creciente cooperación económica, política y militar que les permitió enfrentarse al bloqueo decretado por los países occidentales, encabezados éstos por Estados Unidos de América. Bajo la coordinación de la Unión de Repúblicas Socialistas formaron el Pacto de Varsovia en 1955, como reacción al Tratado del Atlántico Norte de los países occidentales.
Al finalizar la guerra, casi todos los países sufrían atraso y escasa industrialización, con excepción de Checoslovaquia y Alemania Oriental. Al quedar establecido el socialismo, se impulso la colectivización de la tierra y la industrialización; así, en tan sólo treinta años, el bloque socialista alcanzó un desarrollo medio y avanzado.
La aplicación de los principios socialistas tuvo particularidades. En la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, donde el socialismo se estaba aplicando con gran éxito desde 1917, la guerra tuvo graves consecuencias: gran parte del territorio fue destruido, la mitad de la zona industrial estuvo ocupada por los alemanes y veinte millones de sus habitantes murieron. Su gran capacidad de recuperación hizo que para 1948 su planta productiva llegara a los niveles previos a la guerra, que fueron superadas en poco tiempo.
Después de la muerte de José Stalin, acaecida en 1953, la industria continuó desarrollándose, aunque a costa de la agricultura; las empresas dirigidas por los trabajadores obtuvieron mayor autonomía para organizarse y se tomaron medidas para combatir la centralización del poder.
En Hungría, la colectivización de la tierra provocó la insurrección de grupos antisocialistas, la cual fue controlada con ayuda de tropas soviéticas; posteriormente se aplicaron medidas determinadas por el pueblo.
En Checoslovaquia, las medidas de mayor participación popular en la política y en la dirección económica fueron consideradas peligrosas para la estabilidad del bloque socialista; en 1968, el país fue ocupado por los soviéticos a fin de anularlas.
Yugoslavia tomó el modelo de desarrollo más cercano al capitalista; aún cuando las empresas estaban organizadas en cooperativas, se estableció un sistema de competencia en la comercialización de los productos que generó fuertes diferencias en los ingresos de los trabajadores; las relaciones con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas se tornaron tensas y llegaron al rompimiento, y aunque posteriormente se reanudaron, Yugoslavia se mantuvo independiente de los dos bloques.
También se integraron al bloque socialista otras naciones como, Cuba y Chile a consecuencia de una serie de movimientos de liberación que buscaban excluir la influencia de las naciones capitalistas.
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